Olas y ajos.
19 de Agosto de 2019
Hoy me río mientras escribo esto, pero la verdad es que las
pasé canutas. Hay un fenómeno al que los barcos son especialmente sensibles.
Ocurre cuando una incidencia o un error concreto se convierten en detonante
para entrar en una espiral de pequeños errores que van encadenándose, hasta que
una situación que en principio quizás era más o menos salvable, puede
convertirse en un infierno. Comentándolo un día con un amigo en Barcelona, me
dijo, para mi sorpresa, que este fenómeno tiene nombre: CTC, siglas de “cagada
tras cagada”
Mientras voy puliendo el próximo post, os dejo con esta
anécdota que narra el último y más absurdo CTC que he vivido a bordo de Thor.
Thor zarpa el día 23 de mayo a las 17h de Santa Marta hacia
Cartagena de Indias. Una travesía de 120 millas que espero cubrir en unas 15
horas navegando a un largo con 18 nudos de viento si el parte acierta. Tengo
que alejarme al menos unas 20 millas de la costa a la altura de Barranquilla,
para evitar la desembocadura del rió Magdalena, que ahora en la estación de
lluvias, vomita troncos de árboles enteros entre otras cosas, que se adentran
varias millas en el mar. A parte de esto el viaje no presenta más
complicaciones.
A medida que me alejo de la costa, el viento arrecia y Thor
que ya tenía ganas de volver a navegar, se lanza veloz surfeando alguna de las
olas que empiezan a formarse. Anochece. Quiero llegar al amanecer. Si veo que
avanzo demasiado rápido tendré que reducir trapo, pero por ahora vamos a darle
caña, que a mi también me apetecía después de estar varios días en dique seco.
Cuando llevo unas 5 horas de placentera navegación y ya en
plena oscuridad, empieza la fiesta. Thor se sale del rumbo y se atraviesa a las
olas provocando que las velas flaméen escandalosamente. Corro al timón y veo
que el piloto automático no responde. Corrijo el rumbo gobernando a mano.
Thor está equipado con dos pilotos automáticos. Navegando en
solitario, quedarse sin piloto es un problema muy serio, ya que este tipo de
barcos si hay un mínimo oleaje no aguantan el rumbo por mucho que amarres el
timón. Es la primera vez que me falla el piloto. Cuando abro la tapa que da
acceso al mecanismo me quedo atónito. Se ha roto una robusta pieza de aluminio
que va soldada al sector quesujeta a la mecha del timón, y sobre la cual se
conectan los brazos de ambos pilotos. Esto significa que tampoco puedo conectar
el segundo piloto.
Pienso que tengo 2 alternativas. Volver a Santa Marta, unas
5 horas más o menos, o seguir hasta Cartagena a unas 10 horas de navegación.
Decido seguir, ya que a pesar de que es el doble de tiempo, pienso que esto lo
solucionaré mejor en Cartagena y el viento me es más favorable. Al fin y al
cabo 10 horas al timón tampoco es el fin del mundo y en peores garitos hemos
hecho guardia.
Me lo tomo con filosofía, va a ser una noche larga, pero
pienso en la suerte que he tenido de que esto se ha roto aquí y no en medio del
atlántico, lo que hubiera significado realmente un problema mayúsculo.
El tiempo pasa y empiezo a sentir los primeros síntomas de
fatiga en los brazos. Por otra parte, necesito comer algo y ya he comprobado
que en las actuales condiciones, como máximo puedo soltar el timón unos 30
segundos antes de que el barco pierda el rumbo por completo y se atraviese a
las olas.
El hambre aprieta. Trinco el timón y corro al interior en
busca de algo fácil para echarme a la boca. Me como una galleta y sin pensarlo
demasiado también pillo un diente de ajo que me zampo crudo. Tengo que decir
que el ajo me encanta y que de vez en cuando me gusta engullirlos de esta
manera. Es decir a pelo. Al ir solo no ofendo a nadie. Además es mega sano,
desinfectante, antibiótico y no se cuántas cosas más. Acabo agarrando un puñado
de ellos y el paquete de galletas y regreso rápidamente al timón orgulloso con
mi botín. Ya tengo cena.
Mientras, Thor ya se ha desviado por completo del rumbo,
está a merced de las olas y las velas se quejan de nuevo montando su follón
particular.
Corrijo el rumbo. El tiempo pasa y cuando me doy cuenta me
he cepillado 6 dientes de ajo amortiguados con galletas. Una insensatez enorme.
Aunque normalmente mi estómago lo soporta bien, creo que hoy lo he pillado
desprevenido.
No tardo en sentir una sed espantosa. No quiero volver a
soltar el timón y aguanto. Sin embargo, media hora más tarde, en un arrebato de
desesperación dejo el timón de nuevo, salto a la cabina y me trago una
Coca-cola que dicen que va tan bien para la digestión. Pronto, algo hace
chup-chup en mis entrañas.
Después de 4 horas seguidas llevando el timón sin tregua, me
duelen las manos, los brazos y los omoplatos, empiezo a tener alguna rampa y me
cuesta mantener los ojos abiertos. Todo esto se traduce en bandazos
innecesarios por parte de Thor, que toma las olas como si fuera su primer día
de clase por mi culpa. Me pongo el arnés para no irme al agua. Esto se va
complicando.
Lo de la rotura ha sido imprevisible, pero lo del cristo que
se está organizando en mi estómago completamente gratuito. Una estupidez
monumental del capitán que no sé en que carajo estaba pensando cuando se comió
el primer ajo.
La situación es la que sigue. Son las 4 de la madrugada.
Calculo que al menos aún me quedan unas 6 horas más para alcanzar Boca Grande,
la escollera de entrada a la histórica bahía de Cartagena de Indias. Valoro la
posibilidad de poner el barco a la capa y echarme a descansar un rato, pero el
tráfico de mercantes y petroleros por esta zona es intenso, tengo tierra a
sotavento y las corrientes por aquí son traicioneras, así que por ahora lo
descarto. Además quiero acabar con esto cuanto antes.
Soy consciente de mi última estupidez. A estas alturas, ya
pienso que a quien se le ocurre inyectar el gas de una Coca-cola a un estómago
repleto de ajo y galletas Chiquilín. Noto que arde Troya.
En un ataque de lucidez, corro nuevamente al interior y me
meto medio litro de leche, con la modesta intención de crear una capa aislante
en mi estómago que amortigüe el tema. Mientras, Thor se va nuevamente por donde
le da la gana atravesándose a las olas, que ya tienen un par de metros, y
provocando que casi me empotre contra el extintor que cuelga de la mampara al
lado del motor, lo que lleva a que el tetrabrick del lácteo se me escape de las
manos y estalle sobre la mesa de cartas, el lugar más idóneo para estallar, (si
yo fuera el tetrabrick también lo haría sobre la mesa de cartas, más que nada
para joder), con el consiguiente estropicio, lluvia de leche incluida.
Esto se está desquiciando. Es un CTC en toda regla.
Cuando ya estoy a punto de volverme medio loco se produce
una pequeña explosión en mi esófago, que se expande rápidamente hacia la
laringe y se materializa saliendo por la boca en forma de eructo. Un eructo
espantoso y descomunal que me pilla por sorpresa. Un eructo que, lo juro, ha
lanzado metralla de ajo.
La consecuencia inmediata a tan desdichado acontecimiento es
que mis gafas se han entelado debido a los vapores, con lo que no veo un pijo y
esto hace que la situación ahora mismo pase de ser peligrosa, a francamente muy
peligrosa. Todo esto mientras me invade el feroz sabor del ajo de la gran puta
macerado en jugo gástrico, se me incendia definitivamente el aparato digestivo
así como la poca dignidad que me queda, y pienso, al tiempo que lanzo sonoras
blasfemias, e intento llegar al timón a gatas palpando con las manos para
recuperar el maldito rumbo, que ya no tengo edad para meterme según que cosas,
a según que horas, en según que océanos y que podía haberme comido un plátano.
En fin, un despropósito como la copa de un pino del que,
penurias a parte, al final conseguiré salir más o menos ileso, gracias entre
otras cosas a que el viento y las olas han ido a la baja, permitiéndome soltar
el maldito timón de vez en cuando para relajar los músculos así como el tono de
las blasfemias.
El 24 de mayo las 10:05 am hora local, Thor entra majestuoso
en la bahía de Cartagena de Indias, con servidor a bordo hecho literalmente una
piltrafa.